Viajando
Como no tengo euros suficientes como para estar cada dos meses viajando por el mundo, que es lo que me gustaría, he de conformarme con literatura de viaje, o sea, con lo que otros han escrito sobre sus viajes, que no es poco.
En concreto, estoy ahora acompañando al gran Goethe en su Viaje a Italia (1788), obra que os recomiendo si queréis viajar por el espacio-tiempo sin moveros del sofá y por tan sólo 2,50 €, que es lo que me costó el libro en una librería de segunda mano.
A parte de pasármelo pipa, me he dado cuenta de que lo mucho que se aprende con las observaciones de personas inteligentes. Ante los monumentos, nosotros, turistas macdonalizados en la Era de la Prisa, nos comportamos como frente a las hamburguesas: engullimos en tiempo récord y hacemos la foto de turno para testimoniar que estuvimos allí.
En tiempos de Goethe, algunos podían permitirse iniciar un viaje con fecha de partida pero sin fecha de regreso: aún no se había inventado el turista, sólo existía el viajero. Sin el yugo de los paquetes vacacionales de las agencias, el filosófo alemán inserta en la narración de su travesía por tierras italianas con brillantísimas consideraciones sobre lo que ve. Como ejemplo, y para incitaros a su lectura, Goethe se detiene ante las obras construidas por Andrea Palladio en Vicenza, y se queja de que tan grandiosas obras se conserven en un lamentable estado. Termina su crítica el alemán observando lo siguiente:
Los hombres no se muestran lo suficientemente agradecidos a quien quiere elevar sus necesidades más íntimas, a quien desea transmitirles una bella visión de si mismos y hacerles sentir lo que hay de magnífico en una existencia noble y verdadera. Pero cuando uno miente a estos pájaros y les cuenta cuentos, cuando uno les ayuda a pasar el día, se convierte en su hombre, por eso encuentran tanta aceptación en nuestros días. (...) Simplemente quiero constatar cómo son las cosas y no hay que admirarse, por tanto, de que todo sea como es.
En concreto, estoy ahora acompañando al gran Goethe en su Viaje a Italia (1788), obra que os recomiendo si queréis viajar por el espacio-tiempo sin moveros del sofá y por tan sólo 2,50 €, que es lo que me costó el libro en una librería de segunda mano.
A parte de pasármelo pipa, me he dado cuenta de que lo mucho que se aprende con las observaciones de personas inteligentes. Ante los monumentos, nosotros, turistas macdonalizados en la Era de la Prisa, nos comportamos como frente a las hamburguesas: engullimos en tiempo récord y hacemos la foto de turno para testimoniar que estuvimos allí.
En tiempos de Goethe, algunos podían permitirse iniciar un viaje con fecha de partida pero sin fecha de regreso: aún no se había inventado el turista, sólo existía el viajero. Sin el yugo de los paquetes vacacionales de las agencias, el filosófo alemán inserta en la narración de su travesía por tierras italianas con brillantísimas consideraciones sobre lo que ve. Como ejemplo, y para incitaros a su lectura, Goethe se detiene ante las obras construidas por Andrea Palladio en Vicenza, y se queja de que tan grandiosas obras se conserven en un lamentable estado. Termina su crítica el alemán observando lo siguiente:
Los hombres no se muestran lo suficientemente agradecidos a quien quiere elevar sus necesidades más íntimas, a quien desea transmitirles una bella visión de si mismos y hacerles sentir lo que hay de magnífico en una existencia noble y verdadera. Pero cuando uno miente a estos pájaros y les cuenta cuentos, cuando uno les ayuda a pasar el día, se convierte en su hombre, por eso encuentran tanta aceptación en nuestros días. (...) Simplemente quiero constatar cómo son las cosas y no hay que admirarse, por tanto, de que todo sea como es.
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