15 de marzo de 2004

Los días después (Sobre infamias, lágrimas y lagrimitas)

Me impuse a mi mismo no escribir en este blog tras la masacre contra trabajadores y estudiantes perpetrada por el terrorismo islámico en Madrid, mi ciudad, hasta que pasara la jornada electoral de ayer domingo. Lo hice en primer lugar porque entiendo que el respeto sincero a los muertos, a sus familiares y amigos implica necesariamente pensárselo mucho antes de expresar cualquier opinión en un contexto tensión, dolor infinito,rabia y desesperación general. Creo que este horror sin límites que vivimos nos obliga a actuar por encima de partidos, ideologías o temperamentos. También, con el corazón en la mano, no he escrito porque me era totalmente imposible.

En las últimas horas hemos contemplado cómo el terror se aderezaba con el talante de un partido político en el gobierno que encontró hace ya tiempo un filón de votos en el sufrimiento de personas inocentes. Han debido pensar estos canallas que si se multiplicaba el terror, se multiplicarían los votos. No me cabe otro motivo para explicar la conducta del presidente del gobierno saliente, echándose en los brazos del ayatolah tejano, enarbolándose banderas ajenas, fracturando Europa (nuestro único futuro como pueblo) y, encima , haciendo gala de todo ello con una obscenidad propia de un populista cualquiera de un país en vías de desarrollo. Este señor ha dicho que el 11 de marzo ya forma parte de la Historia de la Infamia y estoy de acuerdo con él, pero para mi esta infamia, esta que hemos pagado con 200 muertos y más de 1000 heridos, comenzó verdaderamente hace un año con la foto de la Azores.

Detrás de este mezquino megalómano con delirios de grandeza se encuentra un equipo de gobierno que ha obligado a buena parte de los ciudadanos a hacer algo que no se veía desde la dictadura nacional-católica: tener que acudir a medios extranjeros para conocer la verdad porque los medios de aquí la estaban ocultando. Tampoco es que esto sea nuevo, porque este estilo basado en la opacidad informativa, la desinformación intencionada y la manipulación más rastrera, arranca con las privatizaciones emprendidas en 1996, fue obvio con la cobertura informativa de la huelga general (por la que la televisión pública fue condenada) y la catástrofe del Prestige, tuvo su máximo esplendor con las mentiras sobre la guerra de Irak, sostenidas con descaro hasta la fecha, y ha continuado con asuntos como el oscuro accidente del Yakolev o el tongo de las elecciones a la Comunidad de Madrid, en las que la oligarquía empresarial vio peligrar el suculento chiringuito de la corrupción inmobiliaria por el triunfo de la izquierda.

Dejo como crueles anécdotas de estas últimas horas hechos como las insultates lagrimitas de Ana Botella ante la urna o la carta que la ministra de exteriores del gobierno saliente envió a los embajadores españoles conminándolos a confirmar a los periodistas extrajeros la autoría de los antentados que les interesaba (esa pusilánime inmoral que decía que los españoles ya estabamos notando los "beneficios" de la guerra de Irak al bajar dos céntimos el precio del litro de gasolina mientras nos llegaban imágenes de niños iraquíes muertos...¡Cuánto me he acordado de estas palabras estos días! ¡Cuánto me he acordado de estos malditos beneficios!). O el hecho de que en mi colegio electoral los interventores del partido en el poder ofrecieran bolígrafos a quien los necesitaba con propaganda del candidato oficial. Obviamente, siguiendo el estilo del líder y su equipo.

Es verdad que en cuanto al trágico resultado da igual que los responsables sean ETA o esa nebulosa de grupúsculos autónomos denominada Al-Qaeda. Siendo sincero, yo pensé desde un principio en la autoría de los desgraciados de siempre. E incluso cuando la sombra de la duda comenzó a alargarse, esa amarga combinación de rabia, confusión, miedo e impotencia me llevó al desequilibrio interior de "desear" que fueran los de siempre y no unos nuevos. Los medios de desinformación de la extrema derecha no van a hacerme caer en la trampa: por supuesto que no hay terrorismos malos y menos malos, a todos y cada uno hay que reconocerles sin vacilación su bajísma estopa moral y su altísima degradación humana, a todos hay que combatirlos, pero lo que el pueblo exigió la vigilia del sábado en manifestaciones y concetraciones espontáneas y refrendó ayer en las urnas es que no queremos tener un gobierno cuya ética descienda a los abismos en los que se encuentran los asesinos. Algo nos tiene que distinguir aunque se haya apoyado a nivel gubernamental otras masacres en otras latitudes del mundo.

Quisiera por último decir que de entre el horror y la tragedia he atisbado un rayo de esperanza para esta raza humana que ha llegado a este extremo de inhumanidad global. Ese rayo de esperanza, esa luz clara en la oscuridad hedionda la he visto en los heridos que ayudaban y consolaban a otros heridos más graves en los vagones destrozados, en el personal sanitario que continuaba en sus puestos tras 36 horas de trabajo ininterrumpido, en el personal de limpieza que arrancaba bancos de las aceras para transportar a las víctimas, en las colas larguísimas antes las unidades móviles de donación de sangre en Madrid, Barcelona y otros muchos lugares, entre los profesionales venidos desinteresadamente a echar una mano en estas horas de tristeza y caos. Las declaraciones entre sollozos de un trabajador que se disponía a coger el tren al día siguiente de la masacre lograron reconfortarme y sacar fuerzas del desánimo y el dolor: "Lágrimas, sí, solidaridad sí, pero miedo...¡miedo no!"

El mensaje de los votos de los ciudadanos ha sido claro y me parece un justo castigo a la política de engaño e inmoralidad. Que tomen nota el gobierno saliente, el nuevo y todos los que vengan en el futuro: los ciudadanos de a pie, los humildes, no estamos dispuestos a pagar ni con nuestras vidas ni con vidas ajenas los beneficios de las grandes empresas transnacionales. No nos interesa, señores políticos, salir del rincón de la Historia para entrar en el cementerio mientras ustedes juegan al golf, visitan ranchos y se hacen fotos.

Si los hijos de Ana Botella viajaran en Renfe, otro gallo cantaría. Y si todos los hombres y mujeres del mundo comieran tres veces al día, también.

CON LAS VÍCTIMAS, CONTRA EL TERRORISMO, POR LA DEMOCRACIA.