21 de abril de 2004

Con Alaska a la salida del camerino

Los que me conocéis bien sabéis que soy poco dado a la idolatría estúpida tan habitual en nuestros tiempos. Si acaso fuera "fan" de alguien, lo sería mucho antes de un científico o un pensador que de un furbolista o un cantante.

Pero en el caso de Alaska padezco una debilidad marcadamente sentimental. Como comprenderéis los que sois de mi generación, yo crecí y me formé como individuo acompañado de aquel maravilloso e irrepetible programa de Televisión Española llamado La Bola de Cristal, en aquellos tiempos de libertades recién recuperadas, de joven democracia, aquellos tiempos en los que la televisión no sólo era un aparato de manipulación y propaganda de la oligarquía.

Cuando Alaska aparecía en La bola de cristal (junto con otros como Santiago Auserón, Pablo Carbonell o Kiko Veneno), ya llevaba a sus espaldas un bagaje de agitación, provocación y rebeldía que había teñido de manchas de color la España gris que se sacudía poco a poco el tardofranquismo. En el programa, ella hacía un personaje de bruja misteriosa, además de poner la voz al tema que servía de sintonía, hoy por hoy todo un himno generacional. De ese personaje guardo un recuerdo tan tierno como el que puedo guardar de mi profesora de primer curso de Básica. Fue para mí, y creo que para muchos, un hada madrina de las buenas, de las de verdad, esto es: no un hada madrina ñoña, empalagosa y paniaguada sino un espíritu revelador de los arcanos misterios de la vida, una institutriz hermosa y enigmática que incitaba al despertar pleno de los sentidos.

Alaska ha sido después muchas otras cosas, diva del techno español, ideóloga underground, musa del movimiento gay... con sus luces y sus sombras, como todo ser humano. Con todo, mi cariño hacia su persona viene ya de mucho tiempo atrás y quería compartir con vosotros esta foto que me han hecho hoy con ella.