No sólo de Joyce vive el hombre
Ayer se celebró en Dublín y en otras partes del mundo con presencia irlandesa el "Día de Leopold Bloom" ("Bloomsday"), para conmemorar un ficticio centenario del Ulises de James Joyce. Digo ficticio ya que Ulises fue publicada en 1922, pero se ha tomado como referencia el día en el que transcurre la novela, un 16 de junio de 1904.
Sin negar que esta obra constituye un hito en la Historia Universal de la Literatura por muchos motivos, debo confesar que no superé la página 127. Pasó irremisiblemente a formar parte de mi lista de Libros que dejé por aburrimiento, junto con otros que no viene al caso declarar ahora. Para compensar, me leí Dublineses y Retrato del artista adolescente, pero, claro está, no es lo mismo. También he de decir que durante mucho tiempo me sentí tremendamente culpable de no haber podido acabar el Ulises, hecho que mantuve en secreto hasta que dos acontecimientos me ayudaron a mandar a Joyce a tomar por el culo.
Primero, descubrir a uno de los escritores más fascinante de todos los tiempos, el irreverente poeta y escritor de cuentos galés Dylan Thomas, que odiaba a muerte a Joyce y T.S. Eliot, entre otros, hasta el extremo de burlarse descaradamente del maestro irlandés en el título de una de sus obras: Retrato del artista cachorro (Portrait of the artist as a young dog). Dylan Thomas, como buen rebelde neoromántico, quiso sacudirse de encima a los clásicos en lengua inglesa impuestos por decreto.
Segundo, la lectura de uno de los mejores ensayos que han caído en mis manos: Cómo cambiar tu vida con Proust, del francés Alain de Botton, del que extraigo la siguiente máxima: Ningún libro merece ser terminado. Si un libro te aburre, ciérralo y coje otro (recomiendo encarecidamente la lectura de ese ensayo escrito en forma de pseudo-libro de autoayuda, ayuda mucho a liberarse de snobismos y esclavitudes políticamente correctas).
Joyce realizó un tour de force que seguramente fue necesario para dar forma a la novela contemporánea y para abrir el camino a nuevas técnicas literarias. Sin embargo, he leído autores adictos al ritmo mental y al fragmentarismo instrospectivo que me han gustado bastante más, sin ir más allá Esther Tusquets.
Que nadie se ofenda, pero creo que la Belleza deja de ser tal si se hace ininteligible.
Sin negar que esta obra constituye un hito en la Historia Universal de la Literatura por muchos motivos, debo confesar que no superé la página 127. Pasó irremisiblemente a formar parte de mi lista de Libros que dejé por aburrimiento, junto con otros que no viene al caso declarar ahora. Para compensar, me leí Dublineses y Retrato del artista adolescente, pero, claro está, no es lo mismo. También he de decir que durante mucho tiempo me sentí tremendamente culpable de no haber podido acabar el Ulises, hecho que mantuve en secreto hasta que dos acontecimientos me ayudaron a mandar a Joyce a tomar por el culo.
Primero, descubrir a uno de los escritores más fascinante de todos los tiempos, el irreverente poeta y escritor de cuentos galés Dylan Thomas, que odiaba a muerte a Joyce y T.S. Eliot, entre otros, hasta el extremo de burlarse descaradamente del maestro irlandés en el título de una de sus obras: Retrato del artista cachorro (Portrait of the artist as a young dog). Dylan Thomas, como buen rebelde neoromántico, quiso sacudirse de encima a los clásicos en lengua inglesa impuestos por decreto.
Segundo, la lectura de uno de los mejores ensayos que han caído en mis manos: Cómo cambiar tu vida con Proust, del francés Alain de Botton, del que extraigo la siguiente máxima: Ningún libro merece ser terminado. Si un libro te aburre, ciérralo y coje otro (recomiendo encarecidamente la lectura de ese ensayo escrito en forma de pseudo-libro de autoayuda, ayuda mucho a liberarse de snobismos y esclavitudes políticamente correctas).
Joyce realizó un tour de force que seguramente fue necesario para dar forma a la novela contemporánea y para abrir el camino a nuevas técnicas literarias. Sin embargo, he leído autores adictos al ritmo mental y al fragmentarismo instrospectivo que me han gustado bastante más, sin ir más allá Esther Tusquets.
Que nadie se ofenda, pero creo que la Belleza deja de ser tal si se hace ininteligible.
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