Fugacidades
El sábado estuve con Antoñito dando una vuelta por el centro, por aquello de que cuando uno no sabe muy bien qué hacer, se va al centro a ver qué ve o qué encuentra. Una de las pocas ventajas que tiene la ciudad sobre el pueblo: en plaza mayor del pueblo el factor sorpresa se reduce considerablemente, uno se va a encontrar en la mayoría de los casos con lo de siempre.
Pero en la ciudad es diferente. Antoñito, por ejemplo, se percató de la renovación del staff de indigentes, mientras que yo noté que la cantidad de zanjas, vallas y tuberías al aire se habían incrementado en cantidad y en calidad, sobre todo en aquellas calles con más actividad comercial y más tránsito de personas.
-Vayamos al Gran Centro Comercial a mirar los libros, me apetecería comprarme una novela entretenida para el metro -me decía Antoñito mientras luchábamos heroicamente por no ser arrollados por la muchedumbre.
Así pues, nos dirijimos a la sección de Fugacidades del Gran Centro Comercial. Antoñito no sabía qué elegir.
-Uhm... ¿Qué me recomiendas? ¿Los pelillos de la tierra o El cólico Da Vinci? -me preguntaba con los dos ejemplares en la mano, escudriñando la contraportada de ambos.
-Antoñito, tienes que tener un poco de criterio a la hora de elegir tus lecturas. ¿Pero tú te crees que un tío tan feo como éste puede escribir una novela en condiciones? Anda, anda, sigue buscando, muchacho, contento me tienes...
Finalmente mi compañero de expedición se compró una gruesa novela de título sugerente y tapas elegantes para esas aciagas mañanas en los medios de transporte camino del trabajo. Pero, sobre todo, con una bonita foto en blanco y negro del autor.
Pero en la ciudad es diferente. Antoñito, por ejemplo, se percató de la renovación del staff de indigentes, mientras que yo noté que la cantidad de zanjas, vallas y tuberías al aire se habían incrementado en cantidad y en calidad, sobre todo en aquellas calles con más actividad comercial y más tránsito de personas.
-Vayamos al Gran Centro Comercial a mirar los libros, me apetecería comprarme una novela entretenida para el metro -me decía Antoñito mientras luchábamos heroicamente por no ser arrollados por la muchedumbre.
Así pues, nos dirijimos a la sección de Fugacidades del Gran Centro Comercial. Antoñito no sabía qué elegir.
-Uhm... ¿Qué me recomiendas? ¿Los pelillos de la tierra o El cólico Da Vinci? -me preguntaba con los dos ejemplares en la mano, escudriñando la contraportada de ambos.
-Antoñito, tienes que tener un poco de criterio a la hora de elegir tus lecturas. ¿Pero tú te crees que un tío tan feo como éste puede escribir una novela en condiciones? Anda, anda, sigue buscando, muchacho, contento me tienes...
Finalmente mi compañero de expedición se compró una gruesa novela de título sugerente y tapas elegantes para esas aciagas mañanas en los medios de transporte camino del trabajo. Pero, sobre todo, con una bonita foto en blanco y negro del autor.
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