12 de noviembre de 2004

Volver atrás

"En la puerta del jardín con la corredoira, la doncella Juana se dejaba cortejar, en silencio, por el mozo Simeón, el del molino. Cuando regresaba a casa la doncella Juana tenía que sacudirse las níveas huellas de su acariciador galán.
- Traes harina por todas partes - le dijo un día la doncella Marta, que siempre andaba metiendo en todo -, ¿por qué no le dices a tu novio que se lave las manos?
La doncella Juana se echó a llorar.
- ¿No respondes?
Desde la cuadra, Filoteo, a veces, cuando no tenía nada que hacer, que era casi siempre, apedreaba a la pareja con peras y ciruelas. La doncella Juana y el molinero Simeón no decían esta boca es mía; si protestaban era peor porque Filoteo, entonces, cambiaba la munición y los apedreaba con tibios y recién nacidos cagajones que surcaban los aires que era un primor."

Camilo José Cela, La rosa.

A veces, saltar hacia adelante como un intrépido saltimbanqui, creyéndose uno que surca los aires para avanzar en la cuerda finísima de la vida, es en realidad lo contrario. Cuando al fin se posan los pies en la tierra, uno se da cuenta que no está más adelante sino más atrás, inmerso en palabras, olores, colores y recuerdos de tiempos idos. Pasado, presente y, quizá, futuro, son materiales porosos sin un linde rotundo, que se entremezclan y se traspasan al margen de nuestra voluntad. Eso, más o menos, es lo que me induce a pensar la espléndida y vital novelita de Cela que ahora estoy leyendo y de la cual os transcribo un pequeño fragmento más arriba.
A veces, para culminar, para alcanzar, para dar un paso más allá, es condición sine qua non volver primero a las raíces más profundas.