El rito
Las jerarquías firmemente arraigados no se arrancan facilmente;
Las creencias bien arraigadas no se sueltan fácilmente;
Durante generaciones los hijos y nietos celebrarán el culto de los antepasados."
Tao Te Ching, 54 El rito.
Escribe Lokee un post crítico con respecto a esta mala gripe que año tras año nos vemos obligados a pasar.
No me refiero a la gripe vírica, física, que nos depaupera el cuerpo, sino a la otra, la que comienza allá por noviembre y concluye, en teoría, mañana, día de la Epifanía del Señor. Esa otra que afecta a la mente y al alma.
Cuando los primeros cristianos hubieron de fijar una fecha para celebrar la venida del Hijo de Dios a este valle de lágrimas, no hicieron otra cosa que asimilar las festividades ya concretadas por culturas anteriores, paganas. Adaptaron las ancestrales celebraciones orientales a la divinidad solar, pasadas por el tamiz apolíneo de la cultura grecolatina, a su nueva concepción del mundo y de la vida.
Asimismo, nosotros estamos asistiendo en las últimas décadas a un nuevo fenómeno de reciclaje cultural, tan nuevo si tomamos en cuenta los miles de años de civilización humana, que aún no estamos preparados para asimilarla, para terminar de comprenderla.
La mayoría de las personas de mi entorno y yo mismo detestamos la Navidad. Procuramos sobrevivir como podemos a tanta estupidez a mansalva, tomar aire, aguantar, y cuando ya no podemos más despotricamos o escribimos un post para desahogarnos. Estemos de acuerdo o no (yo no lo estoy) con el orden de cosas, con la hipocresia instaurada que en estas fechas alcanza su cumbre, debiéramos todos empezar a entender que una nueva religión, el neoliberalismo, lleva ya un tiempo adaptando los rituales de sus ancestros a su nueva concepción de la existencia humana, esencialmente mercantil. Aún no hemos terminado de trocar nomenclaturas y adjetivos: los índices de la bolsa, los balances, las pérdidas y los beneficios, la inflación, ya corren sin medida por las venas del cuerpo místico de Cristo. Aún no han cambiado las formas, los hábitos, las costumbres de los antepasados a los que alude el fragmento del Tao Te Ching que encabeza este post, pero ya no sabemos por qué las seguimos manteniendo cuando, en el fondo, casi nadie celebra unas festividades religiosas en su sentido más puro.
Celebramos en una orgía multitudinaria el culto exacerbado a las posesiones materiales, al éxito social basado en la acumulación de riquezas y en la acentuación de las desigualdades, nos arrodillamos y rendimos pleitesía al Dinero, único dios verdadero de nuestros días.
Podemos escapar a todo ello, claro. Pero empecemos primero por aceptar con naturalidad que las verdaderas catedrales de nuestra era son los rascacielos de las multinacionales, y que las manifestaciones de Dios Padre ya no se miden en milagros sino en índices bursátiles y en estadísticas de desempleo.
Durante generaciones, como dice el Tao, los hijos y los nietos celebraremos los rituales heredados de nuestros antepasados. Pero, y en ese punto estamos ahora, no sabremos por qué.
Las creencias bien arraigadas no se sueltan fácilmente;
Durante generaciones los hijos y nietos celebrarán el culto de los antepasados."
Tao Te Ching, 54 El rito.
Escribe Lokee un post crítico con respecto a esta mala gripe que año tras año nos vemos obligados a pasar.
No me refiero a la gripe vírica, física, que nos depaupera el cuerpo, sino a la otra, la que comienza allá por noviembre y concluye, en teoría, mañana, día de la Epifanía del Señor. Esa otra que afecta a la mente y al alma.
Cuando los primeros cristianos hubieron de fijar una fecha para celebrar la venida del Hijo de Dios a este valle de lágrimas, no hicieron otra cosa que asimilar las festividades ya concretadas por culturas anteriores, paganas. Adaptaron las ancestrales celebraciones orientales a la divinidad solar, pasadas por el tamiz apolíneo de la cultura grecolatina, a su nueva concepción del mundo y de la vida.
Asimismo, nosotros estamos asistiendo en las últimas décadas a un nuevo fenómeno de reciclaje cultural, tan nuevo si tomamos en cuenta los miles de años de civilización humana, que aún no estamos preparados para asimilarla, para terminar de comprenderla.
La mayoría de las personas de mi entorno y yo mismo detestamos la Navidad. Procuramos sobrevivir como podemos a tanta estupidez a mansalva, tomar aire, aguantar, y cuando ya no podemos más despotricamos o escribimos un post para desahogarnos. Estemos de acuerdo o no (yo no lo estoy) con el orden de cosas, con la hipocresia instaurada que en estas fechas alcanza su cumbre, debiéramos todos empezar a entender que una nueva religión, el neoliberalismo, lleva ya un tiempo adaptando los rituales de sus ancestros a su nueva concepción de la existencia humana, esencialmente mercantil. Aún no hemos terminado de trocar nomenclaturas y adjetivos: los índices de la bolsa, los balances, las pérdidas y los beneficios, la inflación, ya corren sin medida por las venas del cuerpo místico de Cristo. Aún no han cambiado las formas, los hábitos, las costumbres de los antepasados a los que alude el fragmento del Tao Te Ching que encabeza este post, pero ya no sabemos por qué las seguimos manteniendo cuando, en el fondo, casi nadie celebra unas festividades religiosas en su sentido más puro.
Celebramos en una orgía multitudinaria el culto exacerbado a las posesiones materiales, al éxito social basado en la acumulación de riquezas y en la acentuación de las desigualdades, nos arrodillamos y rendimos pleitesía al Dinero, único dios verdadero de nuestros días.
Podemos escapar a todo ello, claro. Pero empecemos primero por aceptar con naturalidad que las verdaderas catedrales de nuestra era son los rascacielos de las multinacionales, y que las manifestaciones de Dios Padre ya no se miden en milagros sino en índices bursátiles y en estadísticas de desempleo.
Durante generaciones, como dice el Tao, los hijos y los nietos celebraremos los rituales heredados de nuestros antepasados. Pero, y en ese punto estamos ahora, no sabremos por qué.
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