In taberna sumus
Ibi nullus timet mortem
sed pro Baccho mittunt sortem
Carmina Burana, In taberna quando sumus.
Que nadie lo entienda como una apología del alcohol, pero he terminado convenciéndome de que podría dividir mi vida en etapas según mi bebida alcohólica preferida en cada momento.
Recuerdo mi adolescencia más temprana, la de los primeros amores y los primeros viajes, dulzona, retórica y aparatosa como el Martini Bianco.
Recuerdo después el desordenado y caótico tiempo de la efervescencia máxima de las hormonas ligada a una variedad de brebajes y mezclas multicolores de nombres terribles. No fue muy prolongada, pues no tardando encontré mi sitio en tugurios oscuros regando mi estómago con abundante whisky durante unos cuantos años.
Un buen día, ya en la universidad y tras una tremenda resaca, decidí dejar para siempre el whisky y atravesé una nueva etapa, afortunadamente breve, en la que me abandoné al gintonic para olvidar las penas.
Luego vino el ron, y el hacerse mayor y el empezar a trabajar y el independizarse de los padres para lanzarse de lleno a la jungla.
Finalmente, en los últimos años me aficioné al vodka hasta que, por voluntad propia, me hallo hoy en un estado de cuasi-abstemia.
Ahora sólo cato, de vez en cuando, algún que otro vasito de vino de los muchos y buenos que hay en mi país y alguna caña de cerveza con amigos en tardes frías de invierno. Pero con moderación, que uno ya no está para muchos trotes.
sed pro Baccho mittunt sortem
Carmina Burana, In taberna quando sumus.
Que nadie lo entienda como una apología del alcohol, pero he terminado convenciéndome de que podría dividir mi vida en etapas según mi bebida alcohólica preferida en cada momento.
Recuerdo mi adolescencia más temprana, la de los primeros amores y los primeros viajes, dulzona, retórica y aparatosa como el Martini Bianco.
Recuerdo después el desordenado y caótico tiempo de la efervescencia máxima de las hormonas ligada a una variedad de brebajes y mezclas multicolores de nombres terribles. No fue muy prolongada, pues no tardando encontré mi sitio en tugurios oscuros regando mi estómago con abundante whisky durante unos cuantos años.
Un buen día, ya en la universidad y tras una tremenda resaca, decidí dejar para siempre el whisky y atravesé una nueva etapa, afortunadamente breve, en la que me abandoné al gintonic para olvidar las penas.
Luego vino el ron, y el hacerse mayor y el empezar a trabajar y el independizarse de los padres para lanzarse de lleno a la jungla.
Finalmente, en los últimos años me aficioné al vodka hasta que, por voluntad propia, me hallo hoy en un estado de cuasi-abstemia.
Ahora sólo cato, de vez en cuando, algún que otro vasito de vino de los muchos y buenos que hay en mi país y alguna caña de cerveza con amigos en tardes frías de invierno. Pero con moderación, que uno ya no está para muchos trotes.
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