29 de abril de 2005

Arrivederci Oli

Mi madre me llama esta mañana para preguntarme si tira o no la vieja máquina de escribir Olivetti, que ocupa mucho espacio y tal. Yo le respondo, con la mente ya en otros parajes diferentes a los habituales atascos y zanjas en la acera, que la tire, que ya no me hace falta.

Hace un rato he recordado, haciendo el equipaje, el día en que fui a comprar esa máquina de escribir. He recordado también los poemillas, los cuentos y los mil y un fragmentos, comienzos, finales e ideas vertidas. Qué épocas aquellas en las que uno escribía en el más absoluto aislamiento, en las que las cuartillas estaban destinadas a una carpeta en un cajón, sólo releídas muy de vez en cuando, en ocasiones con sonrojo. Como diría aquel: Joder, cómo ha cambiado el cuento.

Os dejo para intentar huir por unos días de la ciudad de los agujeros traicioneros, ésa que ahora se hace liftings para parecer la más bella a los señores del C.O.I.. Sed buenos, sobre todo con el recién estrenado Santo Padre: démosle los cien días que es menester concederle dada su dignidad, ya tendremos tiempo de elaborar más tarde una lista de frases célebres para el correspondiente tomo de la enciclopedia del infantilismo humano. Mientras tanto, disfrutemos del paisaje.