9 de abril de 2005

Cruce de caminos

Andaba yo echando un vistazo a los escaparates de las librerias del centro de mi ciudad, prolíficos estos días de ejemplares diversos que ilustran y recrean las mil y una andanzas del Santo Padre, cuando me vino de repente una reflexión de calado filosófico-antropológico, diríamos.
Pensé entonces que uno, como individuo, tiene dos opciones de desenvolverse en el mundo. Una: Puede observar los hechos, reflexionando sobre ellos y sobre las emociones que le produce, extrayendo alguna conclusión si acaso de vez en cuando y, poco a poco, con el transcurrir del tiempo y granarse de experiencias, ir llenado el ánfora del conocimiento, gotita a gotita. Una vida, unas cuantas vidas, no dan para llenar ese ánfora. Supongo que uno llega la vejez poniendo en duda muchas cosas, viendo que son pocos los cabos atados en la gran maraña de la memoria y la experiencia. Demasiado breve el tiempo que se nos concede para extraer cada uno por si mismo un sistema, un modelo de entendimiento, una praxis ética o, si preferís, una moral personal. Otra: En vez de seguir el camino anterior, que requiere esfuerzo y cuyos resultados finales tampoco resultan muy alentadores, alquilamos un modelo de entendimiento de la realidad, lo cual es mucho más cómodo y nos aporta más sensación seguridad que el juicio crítico constante sobre uno mismo y lo que le rodea, que la revisión constante de nuestros propios pilares mentales o que la escasez de certezas. Le alquilamos ese modelo a la religión o a la política, a la historia o a la moda del momento, a la cultura de empresa o a nuestros abuelos que repetían aforismos de la tradición.
En fin, que me ha dado por pensar por cosas de esta índole estos últimos días de abstinencia blogeril y sobredosis pontificia. Nada que no se cure con diez horas de sueño. Buenas noches.