1 de abril de 2005

Mamá, quiero ser cantautor (Vocaciones tardías, vol. XVII)

Imagen del pantautorMe encuentro perdido en estos últimos tiempos, donde los maestros espirituales (El Dr. Jiménez del Oso, Joaquín "Happy, happy, happy" Luqui, el Santo Padre, que ya ve y toca a Cristo) y los neomártires mediáticos (Terry Schiavo, Rainiero de Mónaco) nos van dejando uno detrás de otro. Se van, nos abandonan, nos dejan desconcertados y vacíos in hoc lacrimarum valle.
Yo, en estos casos de desolación y desamparo, de orfandad espiritual, recurro a encontrar un sentido a mi existencia. He encontrado una nueva vocación, un nuevo propósito en mi futil vida terrena.
Bajando antes de ayer a comprar el pan, como todos los días, sufrí una revelación bajo el sol de primavera. Sin dudarlo, me dirigí al parque de mi barrio a tocar la barra de pan y a entonar unas estrofas de una vieja canción que compuse al terminar la mili titulada Memento mori.
Mamá, quiero ser cantautor. O mejor, ya que en este gremio se valora enormemente la originalidad, pantautor. No sé tocar ni la guitarra ni una triste armónica, pero sí sé tocar la barra de pan de los domingos, ésa que me gano con el sudor de mi frente, y quiero cantar al mundo mis penas y mis esperanzas, mis miedos y mis certezas.
El otro día me saqué unos céntimos en el parque. Suficientes para comprarme un salchichón que cortado en rodajas me comí tan campante con la barra de pan que toco como los ángeles (eso me dijo una octogenaria acomodada que me arrojó unas monedillas).
Cada uno supera las crisis como le viene en gana... ¿O no?