4 de mayo de 2005

El asno y la coz

El revuelo que acontecía en la Taberna del tío Eladio prometía una tarde animada en medio de la acostumbrada tranquilidad de Villatobes.
-¿Cómo es posible?- clamaban unos.
-¡Qué osadía!¡Qué impertinencia!- bramaban otros- ¡Haberse atrevido a plagiar de esa manera a un genio como don Honorio!
El ejemplar de la gaceta literaria de la provincia, requetemanoseada, pasaba de uno a otro, del tío Demetrio el anarquista a Julianín Bragascaídas, todos ansiaban leer la crítica de la novela de un joven del pueblo de al lado, un necio engreído (en el decir de los allí presentes) que, al parecer, había copiado nada más y nada menos que a Honorio Barbaluenga, cúspide de las letras en toda la comarca.
Mientras corrían la gaceta, los chatos y las señas del mus de los que aún jugaban (algunos lugareños habían desarrollado la increíble virtud de poder jugar al mus al tiempo que hacían cualquier otra cosa), alzóse don Luis el notario pidiendo atención a todos los que allí se encontraban.
-¡Escuchadme, estimados vecinos!¡Creo que es de rigor que tomemos una decisión al respecto! ¡Hemos de avisar presto a nuestro querido don Honorio!
Por unanimidad se acordó enviar a la autoridad a poner al corriente a ilustre literato. Pero...¿Quién estaría a la altura de la cólera de don Honorio al enterarse? Pensaron primero en el comandante de la Guardia Civil, licenciado en Filosofía y Letras por Salamanca y vencedor por tres veces consecutivas del Certamen Anual de Sonetos de Villatobes, pero temieron una impredecible reacción por su parte, dada su condición de hombre armado. Luego alguien propuso al alcalde, hombre moderado y serio, pero después recelaron de una posible interpretación en clave política por parte del ayuntamiento vecino. Sin embargo a todos se les iluminó el rostro a pensar en don Benigno, el cura párroco que compaginaba sus obligaciones pastorales con el estudio de la psicología de la Gestalt. El pater parecía el idóneo para anunciarle el agravio a don Honorio, pues a su sutileza se añadía su conocimiento del alma humana. Iría acompañado por don Gregorio el médico, por lo que pudiera suceder.
Así pues acudieron a la iglesia a convencer a don Benigno, cosa que no fue muy difícil pues el sacerdote comprendió al instante la gravedad de la situación. En seguida se personaron todos ante la casa de don Honorio, aunque sólo entrarían los designados para el trámite en cuestión.
Llamaron a la puerta y por unos instantes hubo un silencio tenso. Don Honorio mismo abrió a la delegación que le enviaban sus vecinos. Tras los saludos de cortesía, el cura decidió no andarse por las ramas.
-Honorio, amigo, algo terrible ha sucedido. Un caradura del otro pueblo ha plagiado tu novela Tránsito crepuscular, que Dios le perdone. Tú eres buen cristiano, Honorio, recuerda lo que hemos hablado tantas veces del perdón...
Don Honorio, probablemente despertado de una de sus prolongadas siestas, miraba sin inmutarse a don Benigno. Bostezó con poco disimulo y dijo:
-Claro, pater. Ustedes no se preocupen, no me inquieta lo más mínimo.
Párroco, médico y medio pueblo que les siguieron quedaron atónitos, algunos susurros se escapaban entre ellos.
-No me miren así - prosiguió el literato- y respóndanse a esta pregunta: Si un asno les diera una coz... ¿Se la devolverían?