29 de julio de 2006

Del latrocinio considerado como una de las Bellas Artes

Bienaventurados los ladrones, pues ellos acompañaron al Señor en el Calvario y estarán a su derecha e izquierda en el Reino de los Cielos.
En las últimas semanas empresarios de la construcción y cargos políticos han terminado en la carcel imputados por diversas y graves corruptelas. La mierda salpica a cantantes folklóricas, policías, zorras sin oficio pero sí con beneficio y un extenso elenco de personalidades patrias. Ninguno de nosotros quisiéramos estar ahora en su pellejo, pero en el fondo les hemos admirado (y votado a sus partidos) todo este tiempo de saqueo al dinero público.
Digo bien: admiramos y envidiamos al ladrón. En nuestro país, y presiento que en muchos otros, el ladrón es un personaje encumbrado, prohombre de mente ágil y aún más ágiles dedos, modelo no reconocido de las generaciones venideras. En realidad, envidiamos al ladrón porque nosotros también lo somos, pero mediocres. Admiramos al ladrón como una joven muchachita en busca de una oportunidad admira a una gran diva consagrada. ¿Quién no navega por internet o escribe correos electrónicos en horas de trabajo? ¿Quién no ha fingido un mal para quedarse un día en casa? ¡Aficionados! Si pudiéramos, si tuviéramos la oportunidad, robaríamos como ellos o más.
Tenemos buenos maestros: empresas batiendo récords de beneficios que escatiman dos euros a sus trabajadores, funcionarios públicos que desayunan seis veces al día, compañías que no ofrecen los servicios contratados y un largo etcétera que vemos y padecemos día a día.
Quién roba a un ladrón tiene cien años de perdón, viejo refrán castellano que hoy es la única ley moral que garantiza la supervivencia de individuo. ¡No hay sitio para la honradez en los tiempos modernos! Roba, que mientras robas al menos no te están robando.
Me quito por tanto y aunque sea por un instante la careta farisea: ¡Que vivan esos artistas del hurto sin límite que tantas conversaciones repletas de hipocresía llenan a la hora del café! Son sin duda el máximo exponente de lo mejor de nosotros mismos.

2 Comments:

Blogger H. apunta

¡¡Que vivan!!

(Deja ya el Internet y vamos a ver lo de Julián Muñoz, que he preparado las palomitas y los ganchitos)

19:38  
Blogger Pilar apunta

Toca las narices, a que si. Ser honrado no está de moda. En la campiña escandinava, a veces, te encuentras con una mesa junto a la entrada de alguna granja, con una seleccion de productos de la tierra, todos etiquetados con su precio, y un tarro para echar las monedas. No hay nadie vigilando el puesto, pero nadie roba nada. Y a veces, cuando el granjero regresa a por sus ganancias, se encuentra la mesa vacia, y el dinero en el tarro. Lo mas curioso es que este tipo de conducta deberia parecernos normal, pero nos asombra.

19:16  

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