Cuando Isaías Gómez Honrubia expuso su idea a los próceres de la villa, estos mostraron su firme oposición a tan, en su opinión, descabellada empresa. ¿Invertir millones en crear una fábrica de caramelos amargos? ¿Acaso el joven Isaías, hijo del respetado ingeniero Torcuato Gómez Honrubia, habia perdido definitivamente la cabeza? Las fuerzas vivas de la insigne y muy leal villa de Garandaz de la Torre le conminaron repetidas veces a seguir el ejemplo de su progenitor, a centrar sus esfuerzos en proyectos que sirvieran para el bienestar de la comunidad y para la envidia de los municipios vecinos, en vez de perder el tiempo con insensateces como la que aquel día les propuso.
El joven emprendedor, lejos de desanimarse, entendió con amargura que su sueño jamás podría hacerse realidad en la tierra que le vio nacer, que se marchitaría encerrado en el corsé de una mentalidad arcaica y miope, incapaz de comprender el nuevo rumbo de los tiempos. Así pues, Isaías hizo la maleta, cogió la carpeta que contenía toda la documentación concerniente a su proyecto y marchó para no volver jamás.
Nada se supo durante años del destino del díscolo primogénito del ingenierio Gómez Honrubia, hasta que un buen día, durante la sobremesa, uno de los burgomaestres mostró a los tertulianos del café una noticia del diario económico
Los cuartos de la Nación: "Isaías G. Honrubia, una de las mayores fortunas del contiente". Para estupefacción de todos los allí presentes, la noticia se veía acompañada de una foto donde aparecía, vestido de elegante frac, el joven Isaías, cogido del brazo de una pelandusca de aspecto nórdico.
En efecto, Isaías había visto cumplido su sueño. Un avispado empresario comprendió el pingüe negocio que consistía en vender caramelos amargos a amplios estratos de la población con superávit de edulcorante en sus vidas y se asoció con él, financiando la primera de una larga serie de fábricas por todo el ancho mundo. Los caramelos amargos fueron un rotundo éxito en los clubs de golf, en los prostíbulos de lujo, en las fiestas de los yates de multimillonarios, en los camerinos de los cantantes del momento y por supuesto, entre la no poca grey de
snobs postmodernos imitadores de la élite.
Si la fábrica se hubiera construido en la villa, sus habitantes se hubieran beneficiado del negocio del siglo. Seguramente más de uno pensó en eso mientras leía la hazaña empresarial del joven Isaías. Seguramente más de uno pensó que de haberse construido allí la fábrica, serían tan tan felices que consumirían caramelos amargos por docenas.